“Es una sensación diferente como mánager cuando tienes a Yadier detrás del plato”, dijo el piloto de Puerto Rico Edwin Rodríguez.
“He dirigido en todas partes, en las mayores, Triple A, pelota invernal... y con Yadier la sensación es diferente. Estudia el juego, se toma todo con mucha seriedad”.
En estos momentos, si se hiciera un sondeo dentro del equipo de Puerto Rico, el receptor de los Cardenales de San Luis ganaría abrumadoramente una votación sobre quién ha sido el jugador más valioso dentro de la increíble marcha de los boricuas para alcanzar su primera final del Clásico.
Basta con pasarle revista a los nombres que integran el cuerpo de lanzadores de Puerto Rico, sin nadie que tenga etiqueta de figura establecida en las Grandes Ligas.
Están los abridores Nelson Figueroa, Mario Santiago y Giancarlo Alvarado, cuyas hojas de vida muestran paradas en ligas asiáticas y de México.
Está un relevista como J.C. Romero que en los últimos dos años ha brincado entre cuatro equipos en las mayores mientras intenta demostrar que su brazo zurdo aún puede sacar outs importantes.
Están las promesas como Hiram Burgos y José Berríos, éste último el lanzador más joven del torneo con 18 años y dueño de una recta que alcanza las 96 millas por hora.
¿Puede un cátcher ejercer tanta influencia en el desempeño de sus lanzadores?
En el caso de Yadier Molina, campeón de dos Series Mundiales, no cabe duda alguna. Nada más hay que mirar la intensidad que irradia de principio a fin durante un juego, el temido brazo de cañón para sorprender corredores en intentos de robo y el estar siempre pendiente para fulminar al rival apenas cometa un error.
Fue lo que le ocurrió a los japoneses: titubear en la ejecución de un doble robo en la octava entrada el domingo. Tras pillar a Seiichi Uchikawa perdido entre primera y segunda basa, el propio Molina se encargó de tocarle con el guante para ponerle out.
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