Los 584 kilómetros que separan Phoenix de Los Angeles se vivieron en el más absoluto silencio. El aire se cortaba con cuchillo: los Lakers habían vuelto a perder y no había ánimos para entablar ni siquiera un atisbo de broma.
Kobe Bryant mantenía sus ojos en el vacío. Sus músculos aún estaban cansados por el efecto residual de una noche que había sido contaminada con los efectos del día: el equipo angelino había arribado a Phoenix desde Sacramento a las tres de la mañana, por una complicación en el traslado en la mini-gira de dos juegos, lo que había generado una modificación de los esquemas para afrontar la práctica de tiro del mediodía.
El ánimo no era el mejor. Bryant, que cargaba como atlas el peso del mundo tras la salida de Shaquille O'Neal del equipo, debía soportar las quejas reiteradas de los fanáticos angelinos, que veían por primera vez a Hollywood produciendo una película con final infeliz.
Los Lakers, con Phil Jackson al mando, atravesaban un momento de reconstrucción en la franquicia más difícil del mundo, con lo que todo ello implica. "Haciendo el básquetbol divertido nuevamente", rezaba el slogan de venta de los tickets de Phoenix, mientras los jugadores de los Lakers observaban de reojo tratando de entender qué significaba eso de divertirse.
Bryant, única arma ofensiva en un equipo que alineaba, entre otros, al siempre criticado Smush Parker, el centro Chris Mihm, el ala-pivote Lamar Odom y el entonces proyecto Kwame Brown, había finalizado su noche con un fatídico 12-33 desde el campo.
"Algunas noches estoy encendido y otras no. Tengo noches como la de hoy en la que los tiros no entran", dijo Kobe al cierre de la jornada.
El clima de aquella tarde, en Los Angeles, era aceptable. Los 14 grados centígrados, sin probabilidades de lluvia -lógico en esta área de California- empujó a los fanáticos angelinos a colmar las gradas del Staples Center. La derrota ante los Suns había mermado la confianza de los muchachos del Maestro Zen, que apenas pasaban el 0.500 (21-19), pero el público no traicionaba su fidelidad.
Sentado en el locker de los Lakers, Kobe aún digería la pizza de pepperoni y la soda que había comido minutos antes, contradiciendo de cabo a rabo la lógica de alimentación de un deportista de elite de su naturaleza. En el medio de la sequía, Bryant se veía a sí mismo como la única gota de agua en el desierto. Promediaba cerca de los 27 tiros por encuentro y mantenía un 45% de campo. "Escucho la música del silencio", había dicho Kobe, en la preparación para el choque ante los Raptors, otro equipo que, a esa altura de la temporada, estaba lejos del ideal.
Aquel juego era, curiosamente, especial para los religiosos: significaba el partido número 666 del astro angelino en la NBA. Ese 22 de enero, además, era la fecha del cumpleaños de su abuelo y por primera y unica vez su abuela asistía a un partido suyo. Una energía especial flotaba en el ambiente, dejando entrever que algo especial estaba a punto de producirse.
"Okey, muchachos, trataremos de dejar jugar a Kobe un poco más. Iremos con una zona 1-2-2 liberando al portabalón", había dicho Sam Mitchell, en aquel entonces coach de los Toronto Raptors, ante el asombro de sus jugadores.
La defensa zonal era un sueño utópico en la NBA en aquel entonces, pero Mitchell había entendido que, liberando a Bryant, el resto de sus compañeros no se iba a contagiar. Parecía ser la lógica del embudo perfecta.
El plan de Mitchell funcionó de manera brillante en el comienzo del partido. Kobe estaba lanzando bastante bien (10-18 desde el campo en los primeros dos cuartos) pero sus compañeros brillaban por su ausencia. Toronto había sacado una ventaja de siete puntos en el arranque del juego, extendiéndose a 14 en el entretiempo.
Kobe se escurría entre los brazos de los jugadores de Raptors como una gota rebelde: 14 puntos en el primer cuarto y 12 en el segundo (1-2 en triples y 5-6 desde la línea) significaban un juego más que bueno. Pero nada comparable a lo absolutamente extraordinario que ocurrió luego.
"Oye Frank, creo que debería sacarlo porque el partido ya está en la bolsa", le dijo Phil Jackson al asistente Frank Hamblen. "Si haces eso, habrá un amotinamiento", contestó Hamblen.
Las 18.887 almas que habían colmado el Staples Center estaban expectantes y sentían que el juego podía darse vuelta. Jackson pensaba a futuro y sabía que necesitaba tener a Bryant entero para lo que sucedería después en la temporada.
El 20 de diciembre de 2005, Kobe había anotado 62 puntos ante los Mavericks en tres cuartos y Jackson había decidido quitarlo del juego para preservar su físico. En ese partido, los Lakers estaban venciendo con facilidad, pero igualmente el estadio había abucheado como nunca al Maestro Zen. En aquel entonces los presentes presentían que una marca maravillosa podía producirse. El pasado, nuevamente, atentaba contra el presente.
En esta oportunidad, el coach de Lakers entendió que debía respetar el orden establecido. Kobe Bryant saludó a sus compañeros en el banco de suplentes, ajustó sus zapatillas, aplaudió un par de veces mientras caminaba hacia el círculo central y empezó a escribir lo que sería la página individual más importante de un jugador en 44 años.
Los Lakers caían por 14 puntos en su propio estadio, por lo que se necesitaba un giro de 180 grados en esta historia. La ofensiva triangular de los Lakers, en vez de dar un paso al frente, desapareció por completo: Bryant comenzó el tercer cuarto tomando las riendas del partido. Era una historia completamente distinta de la noche ante los Mavericks, porque ahora su equipo estaba perdiendo y Jackson había depositado la confianza en él.
"Hombre, hoy puedes anotar sesenta puntos si te lo propones", le dijo Lamar Odom al oído a Bryant antes de comenzar la segunda mitad.
"Quizás cambiemos algo de la filosofía defensiva con Kobe a lo largo del juego, por ahora tenemos que fortalecernos en los rebotes. Permitiremos que se siga centrando la ofensiva en él", había dicho Jim Todd, asistente de Raptors, al cierre del primer tiempo.
El muchacho con la camiseta número 8 estaba jugando absolutamente solo en ataque, ejecutando todo tipo de lanzamientos: penetraciones incisivas hacia el aro, lanzamientos desde la tercera dimensión, dobles de media distancia, tiros libres. No era lo que un entrenador deseaba, pero estaba dando resultados. En defensa también daba lo suyo: robaba balones, generando una sensación de ubicuidad nunca antes vista: estaba en todos lados, al mismo tiempo. Un show idílico en la era del reloj de 24 segundos.
"¡Kobe Bryant anota de nuevo! ¡Nadie lo puede detener esta noche!", gritaba una y otra vez el relator oficial de los Lakers, envuelto en pánico. "Bryant los está arruinando, definitivamente", agregaba el comentarista sumergido en asombro.
El NBA League Pass comenzaba a hacer sus primeras apariciones en el mundo del básquetbol y poca gente seguía de cerca las acciones del equipo de Lakers. Incluso pocos siguieron este juego por TV, porque la máxima atracción se había dado con un partido entre Seattle Supersonics y Phoenix Suns, en la misma noche, que terminó con triunfo para los Sonics 152-149 en tiempo extra, gracias a un triple sobre la chicharra de Ray Allen.
"Coach, por dios, este hombre nos está matando. ¡Quitemos la zona o usemos doblajes!", gritaba Jalen Rose en el banco de Toronto, pero Mitchell hacía caso omiso de sus pedidos. Pensaba que era una cuestión de voluntad e insistía sobre el plan original para darle una lección a sus jugadores.
Bryant, mientras tanto, se había dado cuenta de la vagancia de las ayudas defensivas de los perimetrales de Raptors y atacaba el aro una y otra vez.
"Coach, en serio, al menos cansémoslo en defensa. Nos está arruinando. ¡Utilizaré mi juego de poste!", volvió a reclamar Rose. Mitchell, acto seguido, envió a Rose al banco para terminar la discusión.
Con 37.8 segundos por jugar, Kobe quitó un balón, la enterró con dos manos y su equipo pasó al frente en el marcador. El estadio explotó y comenzó una nueva película en el mismo escenario: "MVP, MVP": el grito caía como una ola gigante desde los cuatro codos del Staples Center.
"Kobe, hermano, me equivoqué, hoy no anotarás 60. ¡Puedes llegar a 70 si te lo propones!", volvió a decirle Odom a Bryant, mientras ambos, acto seguido, estallaban en un ataque de risa.
Mitchell, en el banco de suplentes, estaba como una leña encendida en la hoguera. "Intenté todo esa noche: defensa zonal, volvimos por un momento a hombre, triángulo y dos. Sencillamente no pudimos hacer nada ante una actuación de ese tipo", confesaría el coach de los Raptors tiempo después.
En el último cuarto, los Lakers aceleraron para completar lo que habían hecho en el tercero. Lo de Bryant fue sencillamente demoníaco: de los 31 puntos de su equipo, anotó 28 -los otros tres fueron de Odom- con 7-13 de campo, 2-6 desde la tercera dimensión y 12-13 desde la línea de caridad.
Kobe anota un triple, Kobe con el jumper, Kobe con la penetración... Todo parecía tan fácil. Los fanáticos estaban hipnotizados. ¿Era real lo que estaban viendo? Primero pasó la barrera de los 50, luego de los 60, de los 70, ¡Y de los 75!
"El calor de la gente en los últimos dos minutos fue especial. Sabía que no podía fallar esos tiros libres", dijo Bryant, tiempo después, cuando tuvo que convertir los lanzamientos que le hicieron pasar la frontera de los 80 puntos con 1.47 en el reloj, mientras los fanáticos se deshacían las gargantas gritando por su héroe.
Cuatro segundos antes de terminar el partido, Jackson lo quitó para que ingrese Devin Green, con la idea de que reciba la ovación merecida. Pocas veces se escuchó un ruido semejante en el estadio angelino. Fue tan mágico como maravilloso: el Staples Center se había convertido en un coliseo romano.
Los 81 puntos de Kobe Bryant significaron la actuación individual más memorable del básquetbol moderno, 44 años después de las 100 unidades convertidas por Wilt Chamberlain. Fue la noche en la que Bryant se unió al mencionado Chamberlain, Elgin Baylor, David Robinson y David Thompson como los únicos jugadores en superar la barrera de 70 unidades en un juego.
"Fue increíble lo de hoy", dijo el perimetral de Raptors, Morris Peterson, quien defendió en gran parte del juego a Kobe. "Nunca ví algo semejante. No le quito nada a su performance hoy. Mostró que es uno de los grandes de la historia. Una vez que un muchacho de su naturaleza arranca y entra en ritmo, será una noche larga. Fue una noche larga para nosotros. No puedo decir más".
81, EL NÚMERO IMPOSIBLE
81=28-46 en tiros de campo, incluyendo 7-13 en triples y 18-20 desde la línea de personales.Surrealista.
"No es la manera en la que pretendes ganar un juego", dijo Phil Jackson. "Pero cuando debes hacerlo, es mejor tener el arma adecuada contigo. He visto actuaciones memorables, pero no he visto nada como esto antes", agregó.
Kobe entró al vestuario, tomó un respiro profundo y luego dijo: "Me siento muy bien. Aún no caigo. Tendremos cuatro días libres y me hubiese sentido como un perro enfermo si perdíamos. Se convirtió en algo muy especial".
Aquella noche, Kobe anotó el 66.4% de los 122 puntos de su equipo y tuvo una efectividad del 60% en los lanzamientos de campo (28-46), en un partido en el que los Lakers tuvieron sólo 99 posesiones. Estuvo seis minutos fuera de acción y sus compañeros, en total, entregaron 16 asistencias (18 incluyendo dos de Bryant). Años más tarde, Bryant aseguró que podría haber hecho más puntos si no erraba tantos "tiros fáciles".
"No podía imaginar esto cuando era chico. Ni siquiera en mis sueños. Es difícil de explicar, sólo sucedió", dijo Kobe, quien recibió una llamada de Magic Johnson al cierre del juego. "Fue más lindo que anotar los 81 puntos", completó el astro angelino.
RUMBO A LA ETERNIDAD
Scottie Pippen, quien fue compañero de Michael Jordan en los seis títulos con Chicago Bulls, se deshizo en elogios al referirse a Kobe: "Es superlativo, definitivamente. Es algo nuevo para mí, shockeante. Recibí la noticia cerca de las tres de la mañana y no me volví a acostar".
Kareem Abdul-Jabbar agregó: "Lo de Kobe es increíble por la distancia. Su habilidad para tirar de afuera y atacar el aro, dividir las defensas y cerrar las oportunidades en la zona pintada es única. Se ha hecho un nicho para él y lo merece".
"81 puntos es algo tremendo. Un mérito maravilloso .Por supuesto, lo mejor de todo es que fue triunfo para su equipo", completó Elgin Baylor.
Mirando en retrospectiva, el número 81 quedará para siempre asociado a Kobe Bryant. Fue la noche en la que su legado cambió para siempre. El momento en el que pudo despegarse definitivamente de la etiqueta de Shaquille O'Neal, diseñando alas propias para volar tan alto como las glorias de este deporte.
81, el número de Kobe. 81, el número imposible.
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